La abogacía en la era de la inteligencia artificial y la transformación digital
La abogacía en la era de la inteligencia artificial y la transformación digital
Dentro de lo que es el ejercicio de la abogacía, se encuentra en un punto de transformación sin precedentes. La llegada de la digitalización, la inteligencia artificial y la automatización de procesos no significa la desaparición del abogado, sino la redefinición de su rol. Como advierte Andrés Oppenheimer en ¡Sálvese quien pueda!, las profesiones que realizan tareas rutinarias serán las primeras en ser asumidas por algoritmos, pero aquellas que requieren juicio humano, negociación y visión estratégica seguirán siendo imprescindibles. En este escenario, la tecnología se convierte en una herramienta que permite al abogado optimizar su tiempo en la elaboración de escritos, la gestión de documentos y la búsqueda de jurisprudencia, liberándolo para enfocarse en lo que constituye el verdadero corazón del derecho: la interpretación, el acompañamiento al cliente y la defensa de la justicia.
Ya no es novedad que programas especializados redacten contratos, revisen jurisprudencia o analicen cláusulas con gran velocidad y precisión. Como relata Oppenheimer, grandes firmas como DLA Piper utilizan inteligencia artificial para “analizar contratos corporativos y proponer correcciones, tareas que hasta entonces hacían los abogados jóvenes que recién ingresaban en la firma” (p. 395). Lejos de ser una amenaza, esto puede interpretarse como una ventaja: las máquinas asumen la parte repetitiva y mecánica, liberando al abogado para dedicarse a lo estratégico, lo interpretativo y lo humano.
La digitalización, en lugar de desplazar al jurista, le permite ahorrar tiempo en la redacción de escritos, en la búsqueda de antecedentes legales o en la preparación de documentos que antes consumían horas de despacho. Gracias a plataformas de gestión digital y herramientas de inteligencia artificial, el abogado puede enfocarse en lo que realmente agrega valor: construir argumentos sólidos, negociar acuerdos, asesorar con criterio ético y brindar cercanía a sus clientes.
Como señala el propio Oppenheimer,“los trabajos que sobrevivirán son los difíciles de explicar” (p. 127). Y el derecho es precisamente eso: interpretar normas en contextos cambiantes, encontrar soluciones creativas a conflictos complejos y acompañar a las personas en momentos decisivos de su vida.
En este sentido, la transformación digital no es el final de la profesión, sino el inicio de una nueva etapa. El abogado del futuro no será reemplazado por la IA, sino que aprenderá a trabajar con ella. Al igual que un médico que se apoya en diagnósticos digitales, pero sigue siendo imprescindible para tratar a sus pacientes, el abogado se apoyará en la automatización para hacer más eficiente su labor, sin dejar de ser quien piensa, interpreta y defiende.
En conclusión, el futuro de la abogacía no está en la sustitución, sino en la integración. La digitalización será un recurso indispensable que permitirá a los abogados ahorrar tiempo en los aspectos rutinarios y concentrarse en lo esencial: la estrategia legal, el juicio crítico y la defensa de los derechos. El reto no es resistirse al cambio, sino incorporarlo con inteligencia.
Comentarios
Publicar un comentario